martes, 22 de diciembre de 2009

Natividad

Ahora que he llegado a la edad en la que muchos compañeros y compañeras de generación pasan sus ratos de ocio limpiando las cacas de sus retoños o intentando acallar sus berridos en las largas noches insomnes, sigo teniendo las mismas ideas que tenía hace siglos respecto a dejar mi semilla en este mundo.

No tengo ni curiosidad por saber qué podría engendrar un tipo como yo.

En mi adolescencia me juré a mí mismo morir sin descendencia. Un poco más tarde moderé mi discurso. Simplemente porque aprendí a no decir de esta agua no beberé. Madurar es aprender a contradecirse a cada momento. Por eso ya no digo que nunca tendré hijos. Simplemente es algo que no tengo en mi hoja de ruta.

Estoy más cerca de los cuarenta que de los treinta y todavía no he sentido la llamada de la Naturaleza. Entiendo, por el comportamiento de mis congéneres, que tiene que ser un sentimiento muy poderoso que te subyuga hasta el punto de convertirse incluso en la razón de tu existencia, pero yo no lo he sentido. Algo parecido a lo que me pasa con la religión. Para bien o para mal, soy inmune a un montón de sentimientos que rigen el destino de los mortales.

Tampoco he sentido la poderosa llamada de la sangre. Esa obsesión por continuar tu árbol genealógico. O por engendrar a un tipo con la misma boca, los mismos ojos, los mismos gestos y las mismas taras que tú.

Hay gente obsesionada con dejar un clon suyo en el mundo. Muchos incluso le ponen su mismo nombre. Y sinceramente, aunque suene un poco nazi, hay casos que no se entienden. Por poner uno conocido por todos: Andreíta. ¿Por qué querría tener descendencia Jesulín? ¿Por qué además tenía que elegir para el experimento genético a Belén Esteban? ¿De verdad pensaba Jesulín que había alguna necesidad de perpetuar su estirpe? No sé si hay cierta mala hostia por su parte. No quiero pensar que las personas como él lo hacen para fastidiar. Es más lógico pensar que se están dando una segunda oportunidad, tal vez por ver si lo hacen mejor en una nueva reencarnación.

Aunque hay gente que arriesga demasiado. Ciertas mezclas son muy peligrosas. Pensemos por un momento en la mezcla genética Pantoja-Paquirri. A la vista de los resultados no parece que fuera muy buen idea. Y en esto de la genética no hay marcha atrás. Paquirri puede estar tranquilo en su tumba que todo apunta a que él no fue. Ahí están sus otros dos apuestos vástagos. O fue la genética de la Pantoja o la mezcla. Por si acaso, no estaría de más que los especialistas informaran de estos riesgos a otros casos similares. Los toreros y las copleras tienen derecho a conocer los riesgos que corren si deciden tener descendencia entre ellos. Yo lo digo porque hay gente muy temeraria, que ni viéndolas venir. Sin ir más lejos, la infanta Elena y Marichalar. Les salió Froilán. ¿Qué esperaban? Luego se extrañarán si el niño sale con el coeficiente intelectual de su madre o las aficiones de su padre. Froilán es la esperanza republicana. Ya lo vimos pateando a una niña en la boda de su tío Felipe. Cuando sea mayor y se entere de que por una estúpida ley de sucesión discriminatoria, no es él el rey, la va a liar parda. Ya está tardando.

Siempre he preferido destruir a construir. Por eso supongo que no es raro sentirme tan feliz de saber que voy a poner todo de mi parte para ser el último eslabón de mi prosapia. Mi padre era hijo único y yo solo tengo hermanas. Mi apellido morirá conmigo.

Los niños, por otra parte, me gustan. Siempre que no tenga yo la patente, son muy monos y entretenidos. Y si quiero adolescentes para que me amarguen la existencia, todos los años me adjudican ciento y pico nuevecitos. Eso sí, al final del curso se los devuelvo a sus padres. Gracias a mi vocación docente tengo cubiertas las necesidades de mi lado masoquista.

No quiero despedirme sin desvelar la verdadera intención de este post, que no era otra que desearle feliz Navidad a todos los niños y niñas de España, aunque, por supuesto, espero que no sean lectores asiduos de este blog.

domingo, 6 de diciembre de 2009

La responsabilidad

Desengañémonos, llegar a jefe es una mierda. No envidio la vida de nadie que tenga un cargo directivo, ni en un organismo público ni en una multinacional ni mucho menos en una empresa familiar. Porque llegar a jefe consiste normalmente en asumir responsabilidades. Tiempo, complicaciones y quebraderos de cabeza.

El otro día leía en la prensa que un tanto por ciento muy elevado de los directores de instituto son nombrados a dedo. Es curioso que sea dentro de mi gremio, el profesorado, donde se ve tan clara la falta de vocación directiva de todo un colectivo. Esto demuestra que, a pesar de lo difícil que resulta en ocasiones dar clase, preferimos la pizarra al despacho. Demasiadas tensiones por un sobresueldo ridículo. Por no hablar del poco prestigio social que tiene la figura del director de colegio o instituto. Los padres solo se acuerdan de ellos cuando sienten la necesidad de pegarle cuatro voces a alguien. Por no hablar de los más vehementes, que siempre los buscan cuando tienen que rifarse un par de hostias.

Curiosamente no sucede lo mismo con otros cargos de mucha responsabilidad. Algunos mucho más expuestos y desagradables. Por ejemplo, ser alcalde. Nunca se ha dado el caso de que falten candidatos.

Dándole vueltas a lo difícil que es encontrar directores o directoras para los institutos y lo fácil que es encontrar alcaldes o alcaldesas (cargo complejo y de responsabilidad para el que, sorprendentemente, no se requieren estudios), he empezado a pensar en el tipo de personas que ocupan los puestos directivos en empresas, instituciones y organismos.

Dejaremos aparte a los que terminan en puestos directivos por imposición, que no son pocos. Bastante tienen los pobrecillos.

Veamos, pues, quiénes me quedan:

1. Los que disfrutan dando órdenes y se excitan solo de pensar en el número de personas que tienen a su cargo. Estos suelen ser los mismos que creen en eso de haber llegado a algo en la vida, sobre todo para presumir delante de familiares y amigos.

2. Los que esperan librarse de trabajos que les espantan. Ser el jefe de un almacén te puede de librar de mover cajas y de otra serie de trabajos esforzados. Ser el director de un instituto te libra en gran medida de dar clase a los díscolos adolescentes. Y no digamos ya los inspectores de educación. Los inspectores, en su mayor parte, son alérgicos al polvo de tiza.

3. Los que no tienen otro entretenimiento que estar trabajando. Hay una subespecie más patética dentro de este grupo: los que trabajan sin descanso para no tener tiempo de pensar en la puta mierda de vida que tienen. El trabajo en exceso, paradójicamente, ha evitado muchos divorcios.

4. Los que esperan sacar tajada por lo legal. Hay cargos directivos que están mucho mejor pagados que los de los institutos, evidentemente. Hay gente que sacrifica su existencia por una buena remuneración. Esto es el mercado libre: cada uno vende su vida al precio que considera. No juzguemos a las putas, que aquí todo el mundo se alquila por horas a cambio de algo.

5. Los que esperan sacar tajada por lo ilegal. Estos son los que se aprovechan de ciertos cargos, no necesariamente en la administración, para llevarse sobresueldos en B. Aquí entran muchos políticos, claro. Cuando los ves aguantando tantos insultos, tantas vejaciones, tantas injurias a lo largo de extenuantes campañas electorales de cuatro años, es inevitable pensar que, por alguna parte, se lo tienen que estar llevando muerto.

6. Los que lo hacen por vocación, que alguno tiene que haber, incluso en la política. Debe de haber un tipo de personas que disfrutan dirigiendo y coordinando proyectos por el mero gusto de hacerlos. Quiero pensar que hay ciertas personas que tienen motivaciones nobles y altruistas que les llevan a ocupar los puestos directivos en las empresas, los cargos importantes en política y los trajes con galones en el ejército a cambio de la satisfacción personal y cierta remuneración extra. Soy consciente, sin embargo, de que hay demasiados indicios que ponen en evidencia mi ingenuidad.

Algún tipo me habré dejado. Que alguien lo añada si se le ocurre. Ni que decir tiene que puede haber individuos mixtos, que podrían concentrar en su sola persona las características de varios de estos grupos. No es raro, por ejemplo, el espécimen que disfruta alardeando de galones al mismo tiempo que cultiva su afición por llenarse los bolsillos de billetes B.

La filosofía nació en Grecia porque hubo una clase de ciudadanos que podían disfrutar del ocio. El que no tiene ocio no puede pararse a pensar. La gente que, sin ningún tipo de imposición, elige una vida sin tiempo para leer, estudiar, aprender o pensar, es la gente que normalmente tiene cargos de responsabilidad. Los americanos siempre hacen películas en las que denuncian que este tipo de personas no tienen tiempo para ver el partido de béisbol de su hijo o la representación del cole de su hija, pero lo verdaderamente grave es que son personas que dejaron de preocuparse por el conocimiento.

Tiemblo solo de pensar que un día vienen a buscarme y me nombran director o jefe de estudios. Hasta he tenido pesadillas. Si alguna vez viene el inspector a hacerme una evaluación para considerar mis dotes de mando, creo que optaré por hacerle creer que no estoy en mis cabales. El psiquiátrico siempre sería mejor alternativa que cualquier despacho.