sábado, 23 de marzo de 2013

Cuentos con moraleja: Historia sagrada


Hoy voy a dedicar esta sección a la mitología, que siempre nos aporta enseñanzas que resisten el paso de los siglos:

Cuentan que aquel dios nació de una virgen y que, aunque era hijo de Dios, valga la redundancia, vino al mundo en una cueva. No se sabe con exactitud la fecha de su nacimiento, pero más o menos debió de ser en torno al 25 de diciembre porque se dice que coincidió con el solsticio de invierno. Fue un alumbramiento tan humilde que ninguna persona de alta alcurnia asistió a contemplar el milagro, ni mucho menos ningún rey. Acudieron, eso sí, unos pastores. Según algunas versiones, pudieron ser tres.

Cuando se hizo mayor se dedicó a extender el rito del bautismo, que para él y sus seguidores representaba la resurrección del alma. Los que creían en él unas veces le llamaban Salvador y otras, Hijo de Dios. Llevó a cabo numerosos milagros, algunos tan efectistas como aquel en el que estando en una boda convirtió el agua en vino. Por cosas así llegó a ser muy célebre. Se cuenta que una vez entró en una ciudad subido en una burra mientras las multitudes le aclamaban y le recibían levantando hojas de palma.

Murió una primavera para así redimir los pecados del mundo.

Su cadáver bajó a la morada de los muertos, pero al tercer día resucitó y ascendió a los Cielos. Sus seguidores o followers estaban convencidos de que regresaría al final de los tiempos para juzgar a los hombres.

Los que creían en él no le olvidaron y, durante varios siglos, tuvo adoradores que continuaron con los rituales de bautismo que él les había enseñado. Al principio sacrificaban un toro y se bautizaban con su sangre. Más tarde, quizá por lo caro o aparatoso que resultaba el sacrificio de un toro, cambiaron la sangre del toro por agua bendita. En las entradas de los templos subterráneos donde se reunían pusieron pilas llenas de esta agua para que los devotos pudieran mojarse con ella la frente antes de entrar.

Uno de los rituales que practicaban consistía en una suerte de banquete en el que comían pan y bebían vino. El pan representaba la carne del Salvador y el vino, su sangre. Cuentan que esto es lo que les había dicho antes de morir: “Quien no coma mi cuerpo y no beba de mi sangre para hacerse uno conmigo y yo con él, no conocerá la salvación.”

Sus adoradores estaban organizados en seis niveles. El más alto era el páter, que se cubría la cabeza con un gorro frigio y llevaba una vara y un anillo.

Esta es la historia de Mitra, dios adorado por los persas.

Mitra aparece mencionado por primera vez en los Vedas, los libros sagrados del mazdeísmo, la religión que precedió al hinduismo. Puede que fueran escritos entre dos y tres milenios antes de Cristo. En estos textos Mitra aparece como una divinidad que depende del dios supremo Aura Mazda.

A mediados del segundo milenio antes de Cristo, la religión mitraica pasó de la India a Persia. En esta zona, las creencias mazdeístas contarían con profetas tan célebres como Zoroastro.

El culto a Mitra empezó a extenderse en el Imperio romano a partir del siglo II a.C. Puede que por entonces una religión mistérica resultara mucho más convincente que el sicalíptico Olimpo grecorromano, que paulatinamente iría perdiendo seguidores o followers hasta desaparecer pocos siglos más tarde.

La moraleja de esta edificante y fascinante historia es que si tienes una buena idea, ve corriendo al Registro de la Propiedad Intelectual, que si no, otros pueden apropiársela y forrarse a tu costa. En la Antigüedad, la ausencia de leyes que defendieran la propiedad intelectual solo benefició a los piratas, que ya existían entonces sin necesidad de que se hubieran inventado el eMule, el Ares o Megaupload. Los historiadores deberían estudiar si los judíos de aquellos tiempos ya tenían algo parecido al Rincón del Vago.

jueves, 7 de marzo de 2013

La vida es como IKEA


Por lo que sea, el IKEA siempre me ha resultado muy inspirador. Y no me pasa con todos los establecimientos comerciales, que el shopping nunca ha estado entre mis aficiones ni mi vena creativa se deja normalmente influenciar por los machacones reclamos publicitarios. De hecho, soy inmune a la pegadiza musiquilla del Mercadona o al eslogan manido y simplón del Media Mark, que a tantos humoristas ha inspirado.

A saber por qué IKEA siempre captó mi atención. En mis poemas se pueden rastrear algunos versos contagiados del espíritu de aquel anuncio de “la república independiente de tu casa”. Incluso su catálogo estuvo, de alguna manera, detrás del título y de la estructura que le di a mi libro de poemas Decoración de interiores. Ahí tenéis mis fuentes eruditas.

Un día de esos en los que me pongo lírico y transcendente hasta llegué a decir que la vida era como un mueble de IKEA: te dan todas las piezas desmontadas, unas instrucciones incomprensibles o inexistentes y nadie puede ayudarte porque nadie tiene ni puta idea. Esto no recuerdo haberlo escrito, así que tuvo que ser una de esas ideas de barra de bar hasta el culo de copas a las tantas de la mañana.

El IKEA también viene a simbolizar esas lecciones crueles que da la vida. Porque la vida muchas veces te trata como a esos fabricantes de muebles que creyeron que tenían que esforzarse para mejorar sus productos, utilizar maderas de calidad, arriesgar en modelos más sofisticados y mejorar la logística y el reparto a domicilio para ser más competitivos. No se dieron cuenta de que no se trataba de eso hasta que llegaron unos suecos, pusieron tres o cuatro tiendas y consiguieron que la gente hiciera cientos de kilómetros para llevarse en el maletero, así un poco de mala manera, una mesa deconstruida, una lámpara de pie tipo Lego, un felpudo estilo Bienvenido y una escobilla de váter de las que se encuentran en todos los chinos. Y es que a veces es cierto eso de que en esta vida es mejor caer en gracia que ser gracioso.

Pero esto no debe de ser solo suerte. Me da que los suecos son unos tíos listos donde los haya. Hasta en nuestra cultura popular aparecen como esos avispados que se hacen los tontos para eludir los problemas. En las novelas de Henning Mankell no parecen mucho más listos que nosotros, pero ahí lo tienes a él, a Mankell digo, que ha conseguido entrar en el disputado olimpo de los escritores de novela negra, otrora dominio absoluto de escritores americanos como Raymond Chandler, Dashiell Hammett o James Ellroy. Y luego está Stieg Larsson, que no sé si pasará a la historia de la novela negra, pero al menos cuenta con el mérito de haber escalado, a título póstumo, varios ochomiles en las listas de ventas de un montón de países. No sé ahora mismo si los suecos destacan en otros campos creativos o científicos, aunque no hay que olvidar que son ellos los encargados de decidir cada año desde Estocolmo quién merece el premio Nobel de lo que sea, que ese, Alfred Nobel digo, también era sueco. Y grupos de música suecos no conozco, pero suecos son los dueños de Spotify, que no solo han conseguido que deje de comprar discos, sino también -y eso es, si cabe, más meritorio- que deje de piratearlos.

Sí, ya sé que me estoy enrollando mucho y todavía no he hablado de la mierda, que –confesadlo- es lo que estáis esperando. Estoy llegando, pero no creáis que voy a criticar a unas mentes tan industriosas y creativas, que, hasta en su momento de mayor descrédito, los suecos han venido a inspirarme un nuevo símil, porque ahora mismo no puedo dejar de pensar que el Estado español es igual que una tarta del IKEA. Llevamos más de treinta años tragándonos que es una democracia y ahora hemos comprendido que no es más que una mierda.