Puede que tu libro y el mío tengan las mismas pastas, el
mismo título en la portada, el número exacto de páginas e idéntica tipografía,
pero tu libro y el mío, que comparten código de barras y año de edición, no son
iguales. No leemos el mismo libro.
No
puedes leer el mismo libro que yo porque si en una novela, por ejemplo, me describen
una estación de trenes con pocos pasajeros en el andén, yo casi siempre me
acuerdo de la de Alcázar de San Juan, que es la que más cerca está de mi
pueblo. Y dudo mucho que tú puedas imaginarte la estación de un pueblo en el
que nunca has estado y que a lo mejor ni siquiera sabes que existe.
Y
aunque tú y yo conozcamos Madrid, me sorprendería que viéramos el mismo Madrid
si lo leemos en un libro. Porque si la historia sucediera en los noventa y el
protagonista pasara por la Gran Vía, estoy seguro de que yo seguiría viendo
Madrid Rock y el Palacio de la Música, e incluso puede que en mi libro
apareciera un Wendy’s que duró muy poco tiempo y al que no recuerdo si entré
alguna vez. Y si me diera por imaginar las carteleras de los cines, vería los
carteles de películas como Pulp Fiction,
o El Día de la Bestia, o Delicatessen, aunque sean películas que
se estrenaron en años distintos y algunas las viera en los Renoir o los
Alphaville y nunca se proyectaran en los cines de la Gran Vía. No me extrañaría
que en tu libro hubieran desaparecido algunos de esos lugares, o que no
hubieras reparado en los estrenos de los cines, o que solo hubieras visto unas carteleras
difusas con los títulos borrosos.
Y
todavía sería mucho más difícil que tu libro y el mío se parecieran si la
historia se situara en una ciudad que ni tú ni yo conocemos. Pongamos, por ejemplo,
que sucediera en Vigo. A mí Vigo se me antojaría como una mezcla caprichosa entre
Gijón y La Coruña, que son ciudades norteñas que conozco mejor y que puede que
tú ni siquiera hayas visitado.
No,
no puedes leer el mismo libro que yo. Porque en mis libros los personajes se
parecen a gente que tú no conoces: un viejo amigo de mi pueblo, una novia que
tuve en la universidad, aquel profesor idiota que me daba Matemáticas en el
instituto, la vecina de enfrente o una prima lejana. A veces también les pongo
caras de actores y de actrices, y ya sería casualidad que si dicen que era una
chica joven, guapa, morena y de ojos marrones, pensaras, como yo, en Maribel
Verdú cuando rodó Belle Époque. Y doy
por descontado que si me invento sus caras y sus cuerpos y sus gestos no existe
ni una remota posibilidad de que los personajes de tu libro sean los mismos que
los del mío.
Por eso cuando me dices que no te ha gustado ese libro, que tiene la misma portada que el mío, el mismo código de barras y las mismas palabras en cada una de sus páginas, lo único que puedo pensar es que no hemos leído el mismo libro. Ese libro que dices que es una mierda será el tuyo. Porque el que yo he leído era una obra maestra y, si hubieras podido entrar en sus páginas, seguro que no te atreverías a decir algo así.
Por eso cuando me dices que no te ha gustado ese libro, que tiene la misma portada que el mío, el mismo código de barras y las mismas palabras en cada una de sus páginas, lo único que puedo pensar es que no hemos leído el mismo libro. Ese libro que dices que es una mierda será el tuyo. Porque el que yo he leído era una obra maestra y, si hubieras podido entrar en sus páginas, seguro que no te atreverías a decir algo así.